viernes, 10 de enero de 2014

CAPITULO 1 (Almas al vuelo)

Leyana no te puedes ir, ya lo sabes­­ –su voz apenas llenaba la penumbra de la noche. Rozando la tersa piel de su brazo con una de sus alas. Finalmente toco el suelo y con ojos inescrutables se dirigió a la joven ángel.
Hola Gabriel ya se me hacia raro el no encontrarte… claro vigilándome, como siempre –apartando su mirada del rostro de su hermano. Pudo sentir nuevamente el toque de Gabriel sobre su ala, “consuelo” pensó sin más.
Pronto comenzaría la guerra. Y todos estaban listos para la lucha, su deber era proteger a todo ser humano en la tierra… aun sabían que muchas vidas terminarían. Leyana sabía que Gabriel tendría que irse.
Desde su niñez recordaba su dimensión llena de pequeñas guerras que al paso de los siglos habían consumido casi todas las almas del imperio alado. Gabriel se acerco por detrás de ella y la abrazo tiernamente. “Debes ayudar a nuestro padre” la voz de Gabriel resonó en su cabeza. Era el don que su dios les había otorgado, ya que eran los únicos gemelos en muchas generaciones.
Papá siempre ha sabido como luchar… tiene siglos de experiencia. Aun si no está en el campo de batalla.” Leyana respondió. Al darse vuelta se encontró con los ojos de su hermano con una sombra en ellos. “Así es hermano… sé que leíste mi pensamiento” dijo ella, “Yo quiero ir a pelear”.
Gabriel la soltó sin duda. No puedes ir, ya no... nacimos con magia y lo sabes. Nuestro Primer Arcángel explícitamente demando que ella no fuese a la guerra. Tú ayudaras a fortalecer el campo de energía del reino. –su voz fue dura e intransigente. –Leyana siempre has hecho todo para complacer al Arcángel Tora… nuestro padre; pero este es una elección del Primero, debes obedecer sin duda. Extendió sus alas y se fue.

Leyana poso sus ojos grises a la esplendorosa luna de esa noche. Desde niños Gabriel y ella eran iguales respecto a sus poderes mágicos y habilidades con la espada… pero de un momento a  otro eso cambio cuando puedo ver el futuro en el agua y el pasado en la tierra. Al mismo tiempo que sus instintos fueron creciendo tanto que iba a cometer el peor error. Desobedecer la orden del primero.